Ciertamente es difícil concienciar en los tiempos que corren de la importancia depositada en los docentes de artes marciales. Cualquiera hoy en día puede acceder fácilmente a cualquier libro, video, internet, etc., con el objetivo de “aprender” las técnicas que hacen falta para llegar a ser un verdadero experto en tal o cual arte marcial. Nada más lejos de la realidad. Creo que se puede afirmar que sin maestro no existe forma correcta de aprender artes marciales. Sin embargo, no debemos olvidar dos premisas básicas: 1.- lo importante de toda enseñanza es el alumnado y…2.- para llegar a ser “maestro” es necesario haber recorrido un camino previo.
Antes de entrar en materia ahondemos un poco más, a modo de introducción, en estas dos premisas básicas:
1.- Aunque parezca mentira, abundan los educadores de artes marciales que se centran en sí mismos o en el crecimiento del estilo/escuela/ryu…, olvidando que la referencia de todo aprendizaje es el educando. Cualquier otra actividad que en el desarrollo de la docencia que se aleje del objetivo de orientar, estimular y controlar el aprendizaje del alumno es totalmente inútil para la enseñanza.
En nuestros días la búsqueda de campeones o virtuosos se ha convertido en una meta en sí misma, ¿con qué fin?, ¿el del buen nombre de la escuela, el interés de acrecentar su propio ego…?, ¿cuántos se centran realmente en la evolución personal del alumno y en la integración del individuo en el grupo?. ¿Es realmente necesario renunciar al justo emonumento fruto de la preparación y el trabajo para alimentar una ambición personal desmedida a costa de sacrificar el equilibrio personal o moral de los alumnos?. Cada quién es muy libre, faltaría más, de elegir su camino como educador.
No olvidemos que trabajar con personas no es lo mismo que trabajar con materiales, con cosas inertes. Las personas tienen sentimientos, responden a diferentes estímulos, desarrollan un ritmo diferente de aprendizaje, no carecen de ansiedades…, y si esto lo trasladamos al ámbito infantil/juvenil podemos dar al traste de una forma más grave con el desarrollo de una personalidad equilibrada, evolución moral e integración social.
La teoría es fácil, y aún así olvidamos frecuentemente que el maestro vive para los alumnos, tiene su razón de ser en ellos y pervive él (al igual que sus enseñanzas), a través de ellos.
2.- La palabra “Sensei” tiene varias acepciones y significados (el que ha nacido/sido/despertado antes, el que ha recorrido el camino, etc.), sin embargo el alma del término se centra siempre en la experiencia. Un sensei puede tener 30 o 100 años, pero lo que hace que se le deba el merecido respeto es el recorrido desarrollado en sus conocimientos y formación personal. El término mencionado se utiliza hoy en día, entre otros, para calificar a los distintos responsables de la educación en las artes marciales. Cuando no se atesoran “magámetros” de camino ni siquiera el grado es capaz de eclipsar las manifiestas faltas del maestro; ¿existe algo peor que un profesor arrogante e inepto que se escuda en su posición superior para ocultar sus propias carencias?, un ratillo con él y nos daremos cuenta que “ese no ha pisado un tatami” (expresión grabada en mi memoria tras una anécdota contada por nuestro Soke Valcárcel, mis disculpas por el uso del préstamo).
Al mismo tiempo no debemos olvidar que el maestro nunca debería dejar de ser alumno a su vez. Deberá tener como objetivo el perfeccionarse de forma continuada (aprender incluso de sus aprendices), evolucionar, pulir las cualidades atesoradas, y un largo etc. de cosas que quedan por hacer y conocer; todo ello dando a su vez ejemplo a sus pupilos con su actitud, comportamiento y humildad.
Emprender el camino de la enseñanza ha de ser una labor vocacional y un ejercicio de responsabilidad.