EL MOVIMIENTO (I)

 

EL MOVIMIENTO (I)

Es bastante complicado hablar de las bases teóricas de una buena técnica en las artes marciales. Si preguntamos cuáles son los pilares en los que se basa la técnica de una determinada escuela (Ryu, Kai, o como quiera que la podamos denominar), contraremos respuestas de lo más variado aunque con ciertos denominadores en común. Uno de estos denominadores comunes que más importancia adquiere en cualquier disciplina de combate y/o de defensa personal es el MOVIMIENTO.

Cualquier alumno un poquito observador caerá en la cuenta de la dificultad que entraña la realización de cualquier técnica en condiciones de movimiento antinaturales o de movilidad limitada (p.e. limitaciones de espacio, obstáculos, etc.).

La movilidad del cuerpo humano se basa en un complejo sistema Compuesto por soportes (huesos), resortes-motores (músculos) y bisagras-engranajes (articulaciones).  La correcta coordinación de estos elementos
se traduce en la realización de los diversos movimientos ordenados por nuestro cerebro de forma voluntaria o involuntaria. Una de las ventajas adquiridas tras la repetida práctica de los sistemas deportivos es la “memorización” – al principio – y más tarde la ejecución de variadas coordinaciones del sistema motor que darán como resultado un movimiento ágil, veloz, fluido…, un sistema complejo
que asombra al espectador que contempla la exhibición  de éstas disciplinas por parte de un cuerpo “con estilo”.

Si  hay algo que debe enorgullecer a los artistas marciales es el conseguir que su sistema articular,  de forma «semi-involuntaria» y ante situaciones “extremas”,  se desenvuelva dando como resultado la resolución de esa situación crítica mediante la realización de una técnica adecuada. Como ejemplo debemos exponer que un alto porcentaje  de las agresiones directas tendrían su neutralización mediante un correcto desplazamiento; la consecuencia de este correcto desplazamiento “parasimpático” da como resultado la obtención de una posición de ventaja que permita la elección de una correcta técnica de defensa personal  para salir airoso de la comprometida situación.

Cualquier ser humano en sus primeras etapas infantiles experimenta con su cuerpo hasta asumir cuáles son los umbrales de su capacidad de movimiento,  cuanto más evoluciona en esta experiencia más interactúa con su entorno. Somos capaces de usar el movimiento para obtener lo que queremos de nuestro medio y para ello hemos tenido que repetir en innumerables ocasiones un mismo movimiento hasta que el simple deseo de tocar una cosa se traduzca en no tener que coordinar las distintas órdenes para la consecución del objetivo.

En esto mismo radica una de las principales diferencias entre los sistemas de entrenamiento orientales y occidentales. El sistema occidental intenta racionalizar el a dónde, por dónde, el cómo y el cuándo realizar un determinado movimiento; el oriental se basa en la repetición hasta la saciedad de un movimiento ante un determinado estímulo hasta que la mente sea capaz de rescatar de su “memoria corporal” una reacción dinámica instantánea, involuntaria y eficaz. El fin de ambos sistemas es el
mismo pero, indudablemente, los resultados prácticos en un mismo período de formación son distintos. Por ello en cualquier arte marcial se ha analizado una determinada técnica,  una vez que  ésta ha resultado ser eficaz se repite una y otra vez hasta el aburrimiento, transmitiéndose después del maestro al alumno de generación en generación. El maestro nos podrá explicar la forma correcta y la eficacia de su técnica en contadas  ocasiones, pero nos la hará repetir “sudándola” miles de veces. Este sistema además de ser “físico” posee también su parte “mental”, repetiremos el movimiento hasta dejar de preguntarnos por
qué tantas veces, hasta cesar en el empeño de cuestionar la eficacia, el porqué de realizarla de esta o aquella forma…, hasta depositar toda nuestra confianza en el maestro y su método. Una vez conseguido esto comenzaremos a “sentir” esos
movimientos y llegado a este punto el maestro estimulará que ese movimiento se adapte a nosotros y no nosotros al movimiento.

Continuará…

 

José
Francisco Manzano Fernández.-